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Nueva Zelanda. Isla Sur.



La entrada a la isla sur se hace en ferry a través de una serie de fiordos (aquí se llaman Sound). Son grandes canales de agua en los que la frondosa vegetación llega hasta la misma orilla, y los tonos del mar varían a tramos.

Sounds de la isla sur
Si le añadimos unas casitas esparcidas en pequeñas ensenadas, obtenemos el escenario ideal para una postal.
Como además hacía sol, apetecía playa. Y para eso nada mejor que el Parque Nacional Abel Tasman, al que llegamos al atardecer tras unas preciosas carreteras costeras.
Playa de Abel Tasman
Como muchas de las reservas, es un área de especial protección para las aves y plantas. La arena de sus playas se extiende muchos metros hacia el interior, hasta encontrarse con el bosque casi tropical. Un gran paseo en marea baja nos dio la oportunidad de contemplar diversas aves, estrellas de mar, cangrejos, conchas, caracolas y hasta un minúsculo lenguado.
Encuentra las focas...
Comenzamos el periplo hacia las tierras del sur, y pudimos comprobar que esta isla pese a ser también muy verde, tiene más bosques de árboles altos, algunos son eucaliptus y varios tipos de pino. También hay más zonas de prado para el ganado (ovejas, vacas y cabras) y zonas de cultivos de frutales. Por eso el país es un gran exportador de frutas. Por cierto, los kiwis (fruta) están riquísimos aquí. Los kiwis son unas grandes aves nocturnas, muy huidizas, con un largo pico y que se encuentran en peligro de extinción.
Feliz en la playa del suroeste
Como son el símbolo ( junto al helecho) de Nueva Zelanda, a los habitantes del país se les denomina cariñosamente “kiwis”. Y para evtar confusiones, la fruta se llama “kiwi fruit”.
Seguimos por la carretera que sigue paralela a la costa oeste, donde predominan los mares embravecidos, ya que el mar de Tasmania envía constantemente viento y nubes hacia el interior. Pudimos comprobarlo, ya que nos llovió varios días y las nubes nos acompañaron.
Visitamos las “Pancake Rocks”, unos curiosos acantilados con forma de tortitas, una cueva formada por la acción del mar, una colonia de focas, el puente colgante más largo de el país (Encarni se atrevió a llegar hasta la mitad), diversos miradores y grandes playas desiertas (no era época de baño, las olas y las corrientes no lo aconsejaban).
Alpes Neozelandeses
Como estábamos cansados de lluvia, nos encaminamos hacia el este, atravesando los Alpes Neozelandeses, por el Arthur Pass, un puerto de montaña desde el que de hacen muchas rutas de montaña. Tras una excursión a unas cascadas y ver la nieve de estos otros Alpes (en otro Parque Nacional, como no), llegamos a la mucho más soleada costa este.
Nos llamó la atención una curiosa península formada por un gran volcán y con una entrada de mar en todo el centro del antiguo cráter volcánico: la península de Akaroa. Toda la zona es de influencia francesa, ya que allí atracaron y se establecieron los franceses. Se nota en las casas, tiendas, nombres de calles, vinos, comidas, apellidos, etc.
Sol de la costa oeste
Quisimos dejar la zona más al sur de la isla sur sin visitar, para nuestro próximo viaje a Nueva Zelanda...
Devolvimos la mini-autocaravana en la ciudad de Christchurch, desde donde volaríamos el día siguiente a Auckland para desde allí volar a Australia.
Puente colgante
Al llegar a esta mediana ciudad, como ya nos quedábamos sin casa con ruedas, nos dirigimos a un albergue recomendado en nuestra guía de viaje. Quedamos asombrados de las grandes obras que impedían el paso a toda la parte central de la ciudad. Era como una zona sitiada, con vallas y desvíos de calles, todo un caos circulatorio y muchas calles desiertas.
Al entregar la furgoneta, nos lo explicaron. Hace un año hubo un gran terremoto en la ciudad, que arrasó todo el centro monumental: catedral, museos, edificios altos, etc. Pese a estar trabajando en la reconstrucción, quedan mucho por hacer hasta que pueda abrirse la llamada zona roja.
Christchurch un año despues

El ambiente es triste; todo el comercio, oficinas, hoteles, restaurantes, se han tenido que desplazar hacia los alrededores. Muchas personas fallecieron o se quedaron sin casa, sin trabajo, sin nada.
Nos costó encontrar alojamiento y lugar para cenar, pero en un buen albergue solucionamos todo.
La mañana siguiente volamos a Auckland, esperamos unas horas y otro avión nos puso en Sydney (Australia).
No hace falta resumir nuestra visión de este maravilloso país, creemos que ha quedado claro. Como nos conocéis, es fácil adivinar que aquí hay mucho de lo que nos gusta: un buen equilibrio entre la naturaleza y la civilización, una población amable y comprometida con el medio ambiente y una oferta inmensa de actividades en el medio natural.
Akaroa
Es una gran pena que esté tan lejos y que la oferta gastronómica propia se reduzca a los omnipresentes “fish and chips” y se tenga que recurrir a la comida oriental, barata y variada. Un estupendo lugar al que seguramente volveremos.

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3 comentarios:

Anónimo dijo...

En Australia siempre podéis domar un canguro para recorrer el país. siempre es otra visión del mundo. claro que para visión la que vosotros tenéis. ¿cuantas fotos lleváis ya
un abrazo
Paquita

Ignacio Sánchez dijo...

Ya he encontrado las focas, ¿cuál es el premio?

Anónimo dijo...

Llevamos ya unas cuantas decenas (de miles) de fotos, asi que cuando lleguemos no os libráis de la super sesión de imágenes.
El premio por encontrar las focas es un viaje totalmente gratuito a Nueva Zelanda. El único inconveniente es que es a nado, asi que ya puedes entrenar un poco.... Besos de los viajeros.

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