El siguiente salto aéreo que dimos fue a la ciudad-estado de Singapur. Habíamos pedido hospedaje de nuevo con la red de “Couchsurfing”. Fuimos a casa de una familia de Singapur, que como la mayoría de los habitantes del país, son de ascendencia china. Pese a que Malasia está literalmente al lado, solamente un pequeño porcentaje de los habitantes son de ese país. También hay una buena parte de población de origen hindú.
Primer desayuno en Singapur |
Como estamos a poco más de 100 km. del
Ecuador, las temperatuas son muy altas la mayor parte del año, y la
humedad es exagerada, asi que sudamos un montón todo el día y toda
la noche. Encarni prefería dormir fresquita encima de las duras
baldosas del suelo mejor que sufrir el calor de un blando colchón.
El barrio donde residía la familia
Boon Huat, estaba en las afueras, más cerca de la frontera de
Malasia que del centro de la ciudad. Unos bloques de edificios
enormes con muchas zonas verdes en los que la orientación se hace
por manzanas numeradas mejor que por calles, muy curioso. Y en las
zonas de juego, campos de bádminton. Mientras esperábamos la
llegada de nuestro anfitrión,
Hotel con jardines y piscina en la azotea |
fuimos a cenar a un típico “Food
court”, lo que podría traducirse por “patio de comidas”. Son
muy abundantes por toda la ciudad, y consisten en un montón de
pequeños restaurantes situados alrededor de una zona central de
mesas y sillas comunes. Probamos comida china, que poco tiene que ver
con la de los restaurantes chinos españoles. Y si éstos últimos
son baratos, aquí mucho más. Comer un buen plato principal con
bebida no supera los 3 €.
Singapur es conocida en todo Asia por
su gastronomía. Al ser una ciudad tan multicultural, tiene
restaurantes de todos los lugares cercanos y de otros más alejados.
Y todos por un precio más que económico. Y es que el Singapureño
disfruta comiendo. Nuestro anfitrion, Jeffrey, es el mejor ejemplo.
León de Singapur |
Por la mañana, tras tomarnos nuestro
té con tostadas, fuimos con toda la familia más otra invitada de
Hong Kong a volver a desayunar en un food court. Un montón de platos
variados, desde tiburón a costillas, pescado frito, huevos,
verduras, etc. Y una buena ración de arroz para cada uno, claro, en
Asia es como el pan de cada día. Una especie de leche de avena para
beber, té y de postre unos buñuelos de masa frita dulce y otro tipo
porras pero poco dulce. Cuando estábamos a punto de reventar,
probamos una especie de pasta de cangrejo muy picante a la brasa, en
una hoja de banana. Y cuando ya no podíamos más, fuimos a otro
lugar para tomar unos postres muy raros para nosotros y apreciados
por estas tierras. Consisten en hielo picado con cosas; algunos
tienen frutas (tipo uva), otros leche de coco, gelatinas, frutos
rojos, cereales, sirope de frutas, etc.
Templo budista |
Reconocimos un olor horrible que nos
había perseguido por los mercados chinos de Sidney, y decubrimos su
origen: una fruta llamada durian, que para los de Singapur es un
manjar. Hicimos el esfuerzo de probarlo, pero sabe igual que huele:
fatal.
Tras la comilona, visitamos el centro
de la ciudad, que nos sorprendió gratamente. Nos extrañó no ver a
penas nadie caminando por la calle. Luego nos dimos cuenta de que la
gente se desplaza dentro de los centros comerciales, por sus
pasadizos, puentes y galerías, de una a otra manzana o bloque de
edificios. Es normal, todos tienen aire acondicionado y la calle es
como una sauna al aire libre. Este país-ciudad tiene uno de los
panoramas de rascacielos más impresionantes del mundo. De noche se
iluminan con diferente colores, algunos cambiantes, formando un
conjunto espectacular. De día sorprenden por sus modernas líneas y
complejos diseños. Un rasgo común en toda la ciudad es la limpieza,
la buena organización y la seguridad. Se suele bromear con la
expresión de que Singapur es una “fine city”. Fine significa
“buena, guay” pero también “multa o sanción”. Y es que aquí
hay muchas prohibiciones que se sancionan, como cruzar la calle fuera
de un semáforo, tirar un papel al suelo, no tirar de la cadena en un
servicio, y otras muchas cosas. De hecho, no se venden chicles en
ningún lado para evitar que acaben pegados en las calles. Cada una
de estas acciones tiene una determinada multa, y no importa si eres
extranjero, que la pagas igual. El lado bueno de tanta norma es que
no hay suciedad, ni robos, ni delincuencia.
Singapur desde la noria |
También visitamos Chinatown, con sus
mercados, tiendas de lo más variadas y el gran templo budista de los
10.000 budas (sí, están todos, que los contamos).
Al día siguiente seguimos con nuestro
periplo gastronómico. Desayunamos en casa una especie de panecillos
rellenos de diferentes cosas: mermelada, verdura, carne, pasta de
alubias, etc. Luego visitamos una granja de cabras (bebimos la leche)
y una plantación de frutales (probamos varias frutas). Todo esto
eran meros tentempiés hasta que llegase la hora de la verdadera
comida: un buffet libre, pero de los buenos. Había un monton de
comida, pero nos llamó la atención la variedad de mariscos y
pescados: crudos en sushi, al vapor, al grill, fritos, en salsa, en
sopa, etc. También carnes, ensaladas y miles de especialidades
japonesas, chinas, indonesias. En tres horas, nos dio tiempo a probar
muchísimas cosas que nunca habíamos degustado, desde una especie de
cuajada de soja con pequeños peces a unas ostras gratinadas con
arroz y queso, suhi de medusa o fruta de dragón. Y el orden no
importa, los dulces se intercalan con las carnes, las sopas o los
guisos.
Chinatown |
Por la tarde nos tocaba el barrio
indio: Little India, con su gran mercado perfumado por las especias,
sharis de colores, tatuadores de henna, restaurantes de curries,
templos hinduistas y tiendas de ofrendas florales.
De vuelta al centro subimos en la noria
más alta del mundo: la Singapore Flyer, desde la que disfrutamos de
unas magníficas vistas de la ciudad iluminada.
Nuestro anfitrión nos preparó una
cena china (por si nos habíamos quedado con hambre), con varios
tipos de bolas de carne, pollo con queso, pescado, calamares y seitán
en una sopa de fideos. También probamos unos huevos cocidos
totalmente negros y de postre una gelatina de hierbas.
Aunque solamente fueron un par de días,
comimos como si hubiésemos estado una semana.
A la mañana siguiente el hijo de
Jeffrey nos acercó en el coche a Malasia, donde comienza la
siguiente aventura.
1 comentarios:
Iba a comentar algo pero me habéis dado hambre, voy a ver qué hay en la nevera...
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