Con la tecnología de Blogger.
RSS

Singapur (Finales de Abril 2012).


El siguiente salto aéreo que dimos fue a la ciudad-estado de Singapur. Habíamos pedido hospedaje de nuevo con la red de “Couchsurfing”. Fuimos a casa de una familia de Singapur, que como la mayoría de los habitantes del país, son de ascendencia china. Pese a que Malasia está literalmente al lado, solamente un pequeño porcentaje de los habitantes son de ese país. También hay una buena parte de población de origen hindú.
Primer desayuno en Singapur
Como estamos a poco más de 100 km. del Ecuador, las temperatuas son muy altas la mayor parte del año, y la humedad es exagerada, asi que sudamos un montón todo el día y toda la noche. Encarni prefería dormir fresquita encima de las duras baldosas del suelo mejor que sufrir el calor de un blando colchón.
El barrio donde residía la familia Boon Huat, estaba en las afueras, más cerca de la frontera de Malasia que del centro de la ciudad. Unos bloques de edificios enormes con muchas zonas verdes en los que la orientación se hace por manzanas numeradas mejor que por calles, muy curioso. Y en las zonas de juego, campos de bádminton. Mientras esperábamos la llegada de nuestro anfitrión, 
Hotel con jardines y piscina en la azotea
fuimos a cenar a un típico “Food court”, lo que podría traducirse por “patio de comidas”. Son muy abundantes por toda la ciudad, y consisten en un montón de pequeños restaurantes situados alrededor de una zona central de mesas y sillas comunes. Probamos comida china, que poco tiene que ver con la de los restaurantes chinos españoles. Y si éstos últimos son baratos, aquí mucho más. Comer un buen plato principal con bebida no supera los 3 €.
Singapur es conocida en todo Asia por su gastronomía. Al ser una ciudad tan multicultural, tiene restaurantes de todos los lugares cercanos y de otros más alejados. Y todos por un precio más que económico. Y es que el Singapureño disfruta comiendo. Nuestro anfitrion, Jeffrey, es el mejor ejemplo.
León de Singapur

Por la mañana, tras tomarnos nuestro té con tostadas, fuimos con toda la familia más otra invitada de Hong Kong a volver a desayunar en un food court. Un montón de platos variados, desde tiburón a costillas, pescado frito, huevos, verduras, etc. Y una buena ración de arroz para cada uno, claro, en Asia es como el pan de cada día. Una especie de leche de avena para beber, té y de postre unos buñuelos de masa frita dulce y otro tipo porras pero poco dulce. Cuando estábamos a punto de reventar, probamos una especie de pasta de cangrejo muy picante a la brasa, en una hoja de banana. Y cuando ya no podíamos más, fuimos a otro lugar para tomar unos postres muy raros para nosotros y apreciados por estas tierras. Consisten en hielo picado con cosas; algunos tienen frutas (tipo uva), otros leche de coco, gelatinas, frutos rojos, cereales, sirope de frutas, etc.
Templo budista
Reconocimos un olor horrible que nos había perseguido por los mercados chinos de Sidney, y decubrimos su origen: una fruta llamada durian, que para los de Singapur es un manjar. Hicimos el esfuerzo de probarlo, pero sabe igual que huele: fatal.
Tras la comilona, visitamos el centro de la ciudad, que nos sorprendió gratamente. Nos extrañó no ver a penas nadie caminando por la calle. Luego nos dimos cuenta de que la gente se desplaza dentro de los centros comerciales, por sus pasadizos, puentes y galerías, de una a otra manzana o bloque de edificios. Es normal, todos tienen aire acondicionado y la calle es como una sauna al aire libre. Este país-ciudad tiene uno de los panoramas de rascacielos más impresionantes del mundo. De noche se iluminan con diferente colores, algunos cambiantes, formando un conjunto espectacular. De día sorprenden por sus modernas líneas y complejos diseños. Un rasgo común en toda la ciudad es la limpieza, la buena organización y la seguridad. Se suele bromear con la expresión de que Singapur es una “fine city”. Fine significa “buena, guay” pero también “multa o sanción”. Y es que aquí hay muchas prohibiciones que se sancionan, como cruzar la calle fuera de un semáforo, tirar un papel al suelo, no tirar de la cadena en un servicio, y otras muchas cosas. De hecho, no se venden chicles en ningún lado para evitar que acaben pegados en las calles. Cada una de estas acciones tiene una determinada multa, y no importa si eres extranjero, que la pagas igual. El lado bueno de tanta norma es que no hay suciedad, ni robos, ni delincuencia.

Singapur desde la noria
También visitamos Chinatown, con sus mercados, tiendas de lo más variadas y el gran templo budista de los 10.000 budas (sí, están todos, que los contamos).
Al día siguiente seguimos con nuestro periplo gastronómico. Desayunamos en casa una especie de panecillos rellenos de diferentes cosas: mermelada, verdura, carne, pasta de alubias, etc. Luego visitamos una granja de cabras (bebimos la leche) y una plantación de frutales (probamos varias frutas). Todo esto eran meros tentempiés hasta que llegase la hora de la verdadera comida: un buffet libre, pero de los buenos. Había un monton de comida, pero nos llamó la atención la variedad de mariscos y pescados: crudos en sushi, al vapor, al grill, fritos, en salsa, en sopa, etc. También carnes, ensaladas y miles de especialidades japonesas, chinas, indonesias. En tres horas, nos dio tiempo a probar muchísimas cosas que nunca habíamos degustado, desde una especie de cuajada de soja con pequeños peces a unas ostras gratinadas con arroz y queso, suhi de medusa o fruta de dragón. Y el orden no importa, los dulces se intercalan con las carnes, las sopas o los guisos.
Chinatown
Por la tarde nos tocaba el barrio indio: Little India, con su gran mercado perfumado por las especias, sharis de colores, tatuadores de henna, restaurantes de curries, templos hinduistas y tiendas de ofrendas florales.
De vuelta al centro subimos en la noria más alta del mundo: la Singapore Flyer, desde la que disfrutamos de unas magníficas vistas de la ciudad iluminada.
Nuestro anfitrión nos preparó una cena china (por si nos habíamos quedado con hambre), con varios tipos de bolas de carne, pollo con queso, pescado, calamares y seitán en una sopa de fideos. También probamos unos huevos cocidos totalmente negros y de postre una gelatina de hierbas.
Aunque solamente fueron un par de días, comimos como si hubiésemos estado una semana.
A la mañana siguiente el hijo de Jeffrey nos acercó en el coche a Malasia, donde comienza la siguiente aventura.

  • Digg
  • Del.icio.us
  • StumbleUpon
  • Reddit
  • RSS

1 comentarios:

Ignacio Sánchez dijo...

Iba a comentar algo pero me habéis dado hambre, voy a ver qué hay en la nevera...

Publicar un comentario