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Final americano en Santiago de Chile. Primeros días de marzo.

El vuelo de Buenos Aires a Santiago nos deparó una agradable sorpresa: al atravesar la gran cordillera de los Andes, pasamos sobre el pico Aconcagua, que con sus 6962 metros de altitud y su eterna nieve, es la cumbre más elevada de sudamérica y de todo el hemisferio sur. Como el día estaba soleado, las vistas fueron majestuosas.
Aconcagua desde el avión
Nada más llegar al aeropuerto de Santiago, fuimos a tratar de adelantar la fecha de nuestro vuelo a Auckland (Nueva Zelanda), pero no había plazas disponibles. Total, que teníamos toda una semana hasta el próximo destino. Menos mal que nuestro amigo Toño de nuevo nos recibió en su casa.
Aprovechamos el tiempo para descansar, recuperarnos, lavar ropa, etc.
Como en la anterior visita a Santiago habíamos ido a dos de las casas-museo de Neruda, decidimos completar el conjunto con la tercera: Isla Negra; en una pequeña población costera a casi dos horas de viaje desde la capital. Esta casa era la favorita de Neruda y por eso pidió ser enterrado allí, donde descansa junto a su mujer Matilde. Pudimos ver algunas de sus más preciadas colecciones, como la de mascarones de proa y la de caracolas, además de una gran cantidad de objetos curiosos.
Museo de Bellas Artes
En la ciudad nos acercamos a recorrer el Museo de Bellas Artes y el centro histórico, participando en un tour en el que nos iban explicando las diferentes etapas históricas de esta gran urbe, desde su fundación por parte de Pedro de Valdivia hasta la dictadura de Pinochet. Toño me guió (Javier) en dos recorridos a golpe de pedal por varios barrios, parques y jardines de la ciudad, en los que pude comprobar sus grandes dimensiones y su multitud de zonas verdes.
En el plano gastronómico, nos resultó curiosa la comida que hicimos en los Bomberos. Aquí es un cuerpo de voluntarios con una larga trayectoria histórica y muy bien considerados. En sus mismas instalaciones, ofrecen menús muy caseros y asequibles, de lo cual dimos buena fé, guiados por Toño, como siempre.
De compras en el mercado
Lorena nos obsequió con una “once”: merienda-cena a base de panes, quesos, fiambres, té o café y diversos dulces. La palabra “once” deriva de la costumbre de algunos monjes de tomar a media tarde un trago de aguardiente. Para evitar pronunciar esa palabra, utilizaron el número de letras que contiene. Luego derivó en la merienda que hemos explicado.
En el parque con Carmencita
Disfrutamos de la compañía de la pequeña Carmencita (la hija de Toño y Lorena), que con sus 5 años no paraba de jugar y comenzaba esa semana su primer curso en el colegio.
Al final, la semana nos vino bien para recuperar fuerzas, ya que nos sentimos muy cómodos y relajados, pese al calor reinante. Nos despedimos de nuestros amigos esperando vernos de nuevo en julio, pero esta vez en tierras barcenses.
De esta manera dimos por finalizada nuestra etapa sudamericana. Se nos acababa la comodidad de hablar en español.

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1 comentarios:

Ignacio Sánchez dijo...

¡Caramba que bien que lo pasais! Digo... ¡siete tres cuatro tres dos seis!

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